¿Juntos para siempre?

La impermanencia en el síntoma dental

Amelia Izquierdo Acamer.
Psicóloga Clínica
Gema Ballester Palanca.
Médica Odontóloga

Érase una vez un hermoso e íntegro molar que dormía placida y cómodamente sobre un lecho de encía fresca, sonrosada y bien nutrida de una joven de veintitantos años, María de la O, que estaba procesando el duelo de una relación.

Hacía unos meses que su primer y hasta entonces único amor de su vida le había dejado por otra mujer. Un simple wassap, en una tarde de final de  otoño, fue la forma en que el tan apreciado muchacho eligió para notificarle que ya no iría más a verla y así se escapó de la tan temida confrontación, sin previo aviso, aunque a decir verdad la sospecha que  una sutil corazonada que María tuvo ya le había hecho zozobrar su alma durante los meses previos al desenlace.

Ella pensaba y sentía que su amor iba a ser permanente y duradero, tal y como lo había ansiado y planeado; declaraba a los cuatro vientos que él era lo más importante de su vida, que no podría vivir sin él, pero el tiempo no le daría la razón. La cuestión fue que este amor no era correspondido, al menos no en la misma medida en que ella lo daba.

Un día vino a visitarnos alarmada por el hecho de que, mientras dormía, un trozo de un molar se había desprendido, se rasgó en la parte distal del mismo; así que sufría del roce de su lengua sobre la fina y cortante  fractura del mismo, resultando que, aparte de ser irritante e hiriente, le hacía consciente, aunque de manera tan impertinente y molesta, de tener una espléndida lengua que mantenía quieta para no herirse más de la cuenta.

María de la O “calló” (de callar… y también “cayó”, de caer) en todo aquello que había sucedido tan solo dos días antes de que se desprendiera ese trozo de su molar. Un amigo le informó que ella, con sus datos personales y fotografía incluida, aparecía registrada en un chat online de contactos sexuales; cuando más tarde pudo verse en la página empezó a recordar sus ojos llenos de pasión cuando su novio le hizo la fotografía y sus ofrecimientos inocentes e incondicionales cuando se la regalaba desde su encendido corazón. Este acontecimiento precipitó todo la incomprensión y decepción que puede brotar en la experiencia de un ser que no encuentra una explicación al abandono y a la infidelidad. María tomó contacto con todo el resquemor silencioso que había guardado, ya no le cabía más desengaño y dolor.

Este molar fracturado nos habla del derecho a pedir y de los obstáculos que impiden ese flujo natural de recibir aquello que necesitamos. Muchas veces no se pide por orgullo, lo que nos revela un conflicto de autonomía,  y otras porque no se tiene una imagen de merecerlo, por tanto hablamos de un conflicto de desvalorización y ambos estaban presentes en María.

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En el proceso de Biodescodificación Dental, María fue un poco más consciente de estos obstáculos, y su callada conciencia replicó no solo en su derecho de pedir sino en el hecho  mismo de hacerlo. Así que no solo pidió explicaciones a su ex, sino que también se resarció del abandono y del abuso a la que había sido expuesta. Al poco, empezó a sangrarle uno de los colmillos, pero este tema es harina de otro costal.

La impermanencia es una de las verdades últimas en el budismo; es tan verdad como la de que nos esforzamos en mantener el siempre juntos en un estado de ilusión virtual. El equilibrio entre el dar y el recibir, entre el tomar y el pedir, es una cuestión de fondo que nos advierte de cómo fluimos en los cambios del día a día. Tendemos a vivir agarrados más a lo que pasó que a lo que está sucediendo. El dolor se mantiene porque nos cuesta soltar, pedir es una forma de soltar, soltar es una forma de liberar todo aquello que nos mantiene atados al pasado.

Todo pasa y todo queda… ¡incluso el síntoma dental!

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