Educación de la felicidad

Propuestas y experiencias de Ignasi Salvatella, maestro, pedagogo y promotor de un proceso educativo evolucionario

Juan Carvajal

La educación tiene que cambiar totalmente su concepto y propósito. Es lo que nos dijo en un informe la Unesco en 2015”. Sin medias tintas, así se expresaba en diálogo con Tú Mismo quien dirige el Instituto Abierto de Educación Holística de la Asociación Educació22. Ignasi Salvatella, maestro, pedagogo, ludoformador, coordinador del Congreso “Niños del Tercer Milenio” 2010 e impulsor del Congreso Integral y Holístico “Educándonos en el Ahora”, propone una innovación radical, sabiendo primero “dónde queremos ir, porque luego el proceso de transformación ya no toca que sea revolucionario, sino evolucionario”.

Esa tarea deberá ser realizada por “todos los actores que están en la educación: la sociedad toda, los niños y jóvenes, los padres, los maestros, juntos, porque ya no es tiempo que nos digan qué tenemos que hacer para cambiar”. Y al responder a la cuestión de cómo hacerlo, Salvatella dice: “Conectarnos con el propósito y ancestral de la educación, que es adecuarnos para la sociedad que vivimos”.

En la época industrial, los últimos 200 años, la educación estaba basada en el conocimiento. Pero actualmente –recuerda– “el conocimiento es accesible desde otras plataformas y por tanto ya no es su función, de basarse en el economicismo y el utilitarismo”. Insistir en ello, como lo ha definido la Unesco sustentándose en informes que así lo corroboran, es cuestión de cortas miras.

Se trata entonces de “adecuarse a la sociedad en que vivimos, una sociedad que está cambiando de conciencia, y que se nota cuando ya no queremos tener un trabajo o estudiar cosas que no nos gustan”. Empezamos a respetar nuestro sentimiento interior, que “es el primer paso de ampliación de conciencia”, expresa.

Es decir, “en un nuevo paradigma la educación sirve para conocernos y desde ahí proyectarnos al mundo, conectando confiados con la Vida, en mayúscula”. Ignasi aclara que “no se trata de producir, sino de retornar a aquello que nuestros abuelos decían, de ser un hombre de provecho, en lugar de aprovecharse de la sociedad para ganar dinero; contribuir con este nuevo modelo para que el mundo sea mejor”.

“Estamos hablando –agrega–de un concepto quizá prohibido que es la educación de la felicidad. La felicidad ya está dentro de nosotros mismos y por eso primero debemos conocernos. Incluso en el paradigma más tradicional del concepto de cultura judeocristiana se dice ‘amar a los demás como a mí mismo’. Siempre soy modelo, antes, para proyectarme luego al exterior. Este es el propósito de la escuela antes que ningún otro, y lo hemos olvidado, estamos conociendo el exterior antes que nuestro interior.

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¿Cómo serían los niveles educativos? El modelo que propone Ignasi no tiene nada que ver con el que conocemos, y por lo tanto “no hay niveles, sino interniveles”. “¿Cómo jugábamos antes en el pueblo? Pues en la calle, personas de todas las edades aprendíamos la experiencia, conectados con la tierra, en el campo”, puntualiza. De ahí que plantee “recuperar esa parte ancestral de los pueblos originarios de conexión con la tierra”, como también lo espiritual del conocimiento de uno mismo, que aporta el mundo oriental, y el conocimiento científico, que identifica al mundo occidental, todo ello a través de talleres de experiencia real. Por ejemplo, “hacer el pan para el pueblo, pero no para experimentar haciendo pan, que está muy bien, sino sabiendo que si nos sale mal ese día no comemos. Esa es la verdadera experiencia. Es la escuela donde aprendemos directamente de la vida y no tendría nada que ver con lo de hoy. Para mí es clarísimo una escuela conectada con la naturaleza, con la ética, dejando entrar la Vida”.

Concretamente, y viendo experiencias en centros educativos que lo están probando, habría “libre circulación por espacios en la escuela, libre forma de exponer los contenidos de trabajo curriculares en forma audiovisual, lingüística, de grabación de diálogos, o a través de power point o un escrito según la forma clásica. Que la escuela sea un espacio de preguntas interesantes, sin respuestas a priori, y que cada grupo de alumnos sea autónomo porque aprende en el trabajo cooperativo, por proyectos. Al responsabilizarse de ese proceso, ellos elaboran su propio conocimiento”.

Ejemplos de lo antedicho son las escuelas Waldorf, Montessori, Viva, Activa o Libre, que según comenta Ignasi “tienen experiencias donde han combinado el empoderamiento del alumno respecto a sus conocimientos que ya tiene y desarrolla, sin tener que llenar de conocimientos porque los que le faltan los encuentra en Internet, aunque deba realizar una serie de proyectos obligados porque aún tenemos un currículum que seguir… pero es un comienzo de adaptación”.

El papel de maestros y profesores

En ese modelo futuro, “el maestro solo estará presente para hacer de ejemplo a los alumnos, poder estar en esa presencia para dejar aflorar su conocimiento interno, intuitivo, instintivo, y desarrollar proyectos e ir investigando, además de ser un facilitador de caminos cuando es consultado”, expresa el pedagogo.

Y añade: “Ese es el maestro que imagino, un maestro que se ha convertido en aprendiz, porque la educación deja de ser unidireccional para pasar a ser bidireccional, donde yo aprendo de la interrelación humana con mis alumnos tanto como ellos de la mía. Por tanto, estamos iguales al entender que la escuela nos ayuda a conectarnos con el propósito de vida. Como maestro hago lo mismo que mi alumno, y dejo de llamarlo alumno, que significa sin luz (a lum)”.

Tanto el maestro como el alumno son “participantes de un proceso en el cual todos están creciendo con experiencias distintas, donde se pueden intercambiar dichas experiencias, decir cómo investigar, dónde encontrar información, acompañar emocionalmente, o energéticamente. En educación física actualmente se descarga energía, en lugar de ser un trabajo de reciclaje de energía”.

¿Qué será entonces del concepto de excelencia? Al respecto, Ignasi manifiesta que “el sistema de valuación debería desaparecer y tendría que ser el que usamos en la vida para nosotros mismos”. Para entenderlo mejor, apunta que en la vida diaria “cuando cometemos un error no nos ponen un cuatro en color rojo”, por lo cual “le doy la bienvenida a la informática, que enseña qué es el error”. Y es que a “un programador informático no se le ocurre comprobar todo el programa para que sea perfecto, sino que prueba encontrando dónde está el error y sigue trabajando desde ahí. Es uno de los ejes de nuestro Master de Educación Holística, redefinir el concepto de excelencia o no usarlo porque va en contra del principio de la vida”.

En referencia al rol de los padres, señala que “es el mismo que el del maestro” para que niños y jóvenes tomen responsabilidad y poder sobre su propia vida”. Que tanto padres como maestros “se manifiesten con autenticidad y su verdadera enseñanza sea su testimonio de vida, como decía Ana María González Garza, nuestra profesora del master y escritora de ‘Educación Holística’, libro precioso que recomiendo a todo el mundo: ser maestro es salir al encuentro de uno mismo y mostrarse con nuestro testimonio de vida para que esa sea nuestra enseñanza, ser auténticos con nuestros errores, no poner un personaje. La vida es lo que es y es lo que se encontrarán para que puedan gestionarlo”.

Incluso más que padres y profesores, el compromiso educativo trasciende a la colectividad. Ignasi lo ha visto en pueblos de los Andes sudamericanos. “La reunión de la escuela la hace toda la comunidad porque la educación es la entrada a ella, donde se establece cómo comunicamos los valores, y hoy el nuevo valor es la conciencia, conocerme, mostrar mi propósito de vida, y saber trabajar en equipo, colaborativamente”.

Contacto: educacio22.com



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